En las antiguas crónicas del pensamiento chino, cuando aún no se había separado el Cielo de la Tierra, emergen dos figuras arquetípicas que representan el misterio de la creación y del orden: Fu Xi (伏羲) y Nü Wa (女娲). Ambos son presentados como seres mitad humanos y mitad serpientes, símbolos de la unión de los principios opuestos que gobiernan el universo. En su abrazo espiral se condensa la primera imagen del Yin y el Yang, la dinámica viva que sostiene toda existencia.
El mito de Fu Xi y Nü Wa es uno de los más antiguos de China, anterior incluso a los registros históricos de las dinastías. No se trata de una simple narración mítica, sino de un tratado simbólico sobre el origen del orden cósmico y la constitución energética del ser humano. Fu Xi representa el principio celeste, la claridad del Yang que observa, mide y organiza; Nü Wa, el principio terrestre, el Yin que nutre, repara y da forma. Juntos componen la primera enseñanza del Dao: toda creación surge de la interacción armónica de los contrarios.
Nü Wa, por su parte, es la Gran Madre que modela a los seres humanos con el barro amarillo de la Tierra. Cuando una grieta abrió el firmamento y las aguas del caos amenazaron con destruir el mundo, ella fundió las cinco piedras de colores y reparó el Cielo, restaurando el equilibrio entre los planos. Ese gesto simboliza la función del Yin maduro: contener el desborde, unir lo fragmentado, dar continuidad a la vida. Fu Xi y Nü Wa no solo crean al hombre: lo reconstruyen cada vez que el orden interior se pierde.
La iconografía los representa sosteniendo la escuadra y el compás, emblemas del orden celeste y la medida terrenal. En ellos se refleja la idea de que el universo posee proporción, armonía y sentido, y que la sabiduría consiste en vivir según esa geometría interior. El compás traza la curva perfecta del Cielo; la escuadra, el fundamento estable de la Tierra. Cuando ambos instrumentos se cruzan, nace la conciencia humana, capaz de mediar entre los dos reinos.
En la práctica interna del Qi Gong y la Alquimia Taoísta, Fu Xi y Nü Wa son mucho más que figuras legendarias: son movimientos energéticos reales. Fu Xi habita en el Shen, la conciencia luminosa que dirige; Nü Wa reside en el Jing, la esencia que sostiene y nutre. Cuando el practicante une esas dos corrientes dentro del dan tian central, se genera el Qi equilibrado —el vapor viviente que une Cielo y Tierra en el interior del cuerpo—. Ese proceso alquímico equivale a “reparar el Cielo interior”, la tarea de todo cultivador que busca la integridad del Dao.
Desde la perspectiva del Nei Dan, Fu Xi representa el fuego ascendente del Corazón y Nü Wa el agua descendente de los Riñones. Su encuentro regula el eje central y permite el nacimiento del Elixir Interno. El practicante, al contemplar este símbolo, comprende que la verdadera transformación no consiste en conquistar algo externo, sino en restablecer dentro de sí la circulación armónica de estas fuerzas complementarias. Cuando el fuego asciende sin desbordar y el agua desciende sin enfriarse, la conciencia se vuelve clara y el cuerpo se convierte en un templo del Qi.
En el orden de la cultura, el mito de Fu Xi y Nü Wa representa la primera intuición de una ética cósmica. No se trata de una moral impuesta, sino del reconocimiento de que cada acción humana participa de un equilibrio universal. Reparar el Cielo, como lo hizo Nü Wa, equivale a cuidar el mundo, restaurar la armonía de las relaciones y purificar la propia mente. Medir con el compás de Fu Xi es recordar que toda forma debe ajustarse al principio de la unidad, sin rigidez y sin exceso.
Así, el mito enseña que el hombre es un mediador entre lo visible y lo invisible. La respiración consciente, cuando se hace profunda y circular, reproduce el acto primordial de la creación: el Yin que recoge y el Yang que expande. En ese ciclo, el cuerpo se vuelve espejo del universo y el alma se reintegra en el ritmo del Dao.
Quien practica el silencio del Qi Gong no invoca a dioses lejanos: despierta dentro de sí a Fu Xi y Nü Wa, los dos principios que entrelazan las corrientes del espíritu y la materia. En su unión, el Cielo y la Tierra vuelven a reconocerse, y el ser humano recupera su lugar original como puente entre ambos.
Maestro: Matias Wan Hui Di
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